Uno de los rasgos determinantes de la escuela guitarrística venezolana – y la considero favorable y ampliamente así – es un peculiar cruce estético en la obra de sus figuras más importantes. Si bien se han aligerado los valores esencialistas de las referencias musicales en el mundo entero, no deja de ser característica latinoamericana una suerte de pensamiento transversal, algunos dicen que antropofágico. Y esto nutre no sólo la superficie musical, como mero acto de asimilación de lo ajeno, o la adaptación de repertorios de otros registros, lo que tanto se ha hecho, sino que instala búsquedas propias que responden a planteamientos verdaderamente complejos. Antonio Lauro sigue siendo el ejemplo mayor, en particular en sus obras menos conocidas. Por eso es que su estilización, incluso del valse, no ha tenido parangón en Venezuela. Me interesa el destino que va construyendo Edwin Arellano. En estos tiempos en que toda posibilidad de ingenuidad desaparece, él asume su profesionalidad de una manera poco frecuente entre nosotros. Solidez en su formación, claridad de metas, sentido monográfico. Compositor que convive con varios instrumentos, y no meramente los ejecuta, sino que incorpora técnica, recursos idiomáticos y repertorio. Además, la feliz convivencia, en particular, del jazz y la música popular de raíz folklórica. Pero si esto está presente en otros tantos músicos de su generación, no lo torna virtuosismo circense, por suficiencia y sentido artístico. Y quizás exagero al poner su vínculo con la guitarra al centro de su personalidad, pero este CD me permite pensarlo así, pues lo entiendo como homenaje a un instrumento cuya plurivalente y cambiante capacidad lo hace receptor de todas sus otras experiencias. No obstante sus logros ya son significativos, como los aquí presentes, Arellano es una aspiración por recorrer, por revelar. Su temprana madurez anuncia obras mayores. Su fortaleza lo prepara a una lenta plenitud, y ahí vislumbro su llegada, entre los grandes. Alejandro Bruzual, Caracas 2015 Edwin es un gran músico que se ha ido forjando a paso sostenido a lo largo de los años, en diferentes espacios de la música como la composición, ejecución y docencia, por nombrar solo algunas. En esta oportunidad, disfrutamos la fortuna de escucharle de nuevo con sus composiciones y en la guitarra con la que crea diferentes texturas llenas de giros particulares, con un lenguaje depurado y bastante personal por su naturalidad y esencia de lo “nuestro” que se hace perceptible en el ritmo y líneas que recrean atmósferas de alegría, ilusión, esperanza y romance. Acompañado por excelentes músicos que le siguen el juego para brindarnos esta gama de sensaciones que solo escuchando se harán perceptibles. María Eugenia Atilano, Caracas 2016