"A ti la dama, la audaz melancolía, que con grito solitario hiendes mis carnes ofreciéndolas al tedio. Tú, que atormentas mis noches cuando no sé qué camino de mi vida tomar... te he pagado cien veces mi deuda. De las brasas del ensueño sólo me quedan las cenizas de la mentira que tú misma me habías obligado a oír". Son palabras duras, a su manera, como la música de Losone. A su autor, Réjean Ducharme, lo conocimos (lo conocí) gracias a una película: Léolo, de Jean-Claude Lauzon. La historia de un niño llamado Léolo Lozone en cuya gestación había estado involucrado un tomate. “Porque sueño no lo estoy. Porque sueño, sueño. Porque me abandono por las noches a mis sueños antes de que me deje el día. Porque no amo. Porque me asusta amar. Ya no sueño. Ya no sueño”, escribía Léolo. Pese a todo, Léolo era una comedia. De Léolo, del tomate, de la dama Bianca, de las brasas del ensueño y las cenizas de la mentira: de todo ello, o contra todo ello, nació la música de Losone. Y ahora ya estamos aquí, y la película se ha acabado, y suenan violines y guitarras y teclados y cacharros varios que Losone pone en escena en varios formatos que siempre arañan pero nunca rascan. Como una cuchilla de afeitar vuelta del revés. Si les preguntan, los niños losónicos dicen haber conocido a una mujer embarazada que habitaba una grieta. Son elásticos. No son elegíacos. No creen que sea delito masticar con la boca abierta, y mucho menos durante un funeral. Si les preguntan, los niños losónicos dicen que les gusta Radiohead. O puede que no. Se rumorea que en sus filas milita de incógnito un seguidor de Toquinho. Al post-rock le ponen un post de propina. Les sale a pagar, como a todos. Conscientes de que cada instante es infinitamente divisible, no tienen prisa. Las palabras se adelgazan a medida que su sentido engorda. Ese violín hiende tus carnes ofreciéndolas al tedio. Contra el tedio, sueño. Ya no sueño. En una casa a las afueras de un barrio periférico del pueblo más lejano de cualquier lugar, nació sin saberlo Losone. Hablaba italiano, como todos los niños. No sabía que comerse un tomate podía ser autofagia. La película empieza. Acomódate en la grieta.